En 2001, Al Qaeda ejecutó los ataques más devastadores en la historia de Estados Unidos, dejando casi tres mil muertos, miles de heridos y un impacto económico y político que transformó al mundo. Entre el dolor de las familias, las compensaciones estatales y la “Guerra contra el Terror”, la herida de aquel día sigue marcando la memoria colectiva más de dos décadas después

Redacción
A las 8:46 de la mañana del 11 de septiembre de 2001, el vuelo 11 de American Airlines se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center, 17 minutos después, el vuelo 175 de United Airlines impactó la Torre Sur. En menos de dos horas, ambos rascacielos, símbolos del poder financiero estadounidense, se desplomaron en una nube de fuego, humo y polvo que cubrió Manhattan.
Lo que parecía impensable sucedió a plena luz del día y frente a millones de testigos. El ataque coordinado por la red terrorista Al Qaeda no solo redujo a escombros dos de los edificios más emblemáticos de Nueva York, también derrumbó la sensación de seguridad de toda una nación y reconfiguró el mapa político y militar del mundo.
Las motivaciones detrás de la tragedia
Los ataques del 9/11 fueron concebidos por Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, como un golpe directo contra lo que consideraba símbolos del “imperialismo occidental”. Su retórica se alimentaba de la presencia militar de Estados Unidos en Medio Oriente, particularmente en Arabia Saudita durante y después de la Guerra del Golfo, así como del apoyo incondicional a Israel.
El plan involucró 19 secuestradores, divididos en cuatro equipos que tomaron control de aviones comerciales. Dos fueron dirigidos contra las Torres Gemelas, uno contra el Pentágono y otro —el vuelo 93 de United Airlines— cayó en Pensilvania tras la resistencia heroica de los pasajeros.
El saldo humano y económico
Las consecuencias fueron devastadoras. En total, 2.977 personas murieron ese día, 2.753 en Nueva York, 184 en el Pentágono y 40 en Pensilvania. Entre las víctimas había bomberos, policías, trabajadores de oficina, turistas, pilotos y auxiliares de vuelo. Más de 25 000 personas resultaron heridas y decenas de miles más sufrieron enfermedades respiratorias y cánceres vinculados a la exposición prolongada al polvo tóxico que emanó de Ground Zero (Zona Cero).
El costo económico inmediato superó los 120 mil millones de dólares entre daños directos a la infraestructura, pérdidas en el mercado financiero y afectaciones a las aerolíneas. A largo plazo, las guerras emprendidas como consecuencia del 9/11 en Afganistán e Irak han representado un costo superior a los seis billones de dólares, según estudios del Instituto Watson de la Universidad de Brown.
Compensaciones y justicia para las familias
En 2001, el Congreso de Estados Unidos aprobó la creación del Fondo de Compensación para Víctimas del 11 de septiembre, administrado por el abogado Kenneth Feinberg. Más de siete mil millones de dólares fueron distribuidos entre familiares de los fallecidos y sobrevivientes heridos. Sin embargo, no todos aceptaron la compensación, algunos decidieron emprender demandas legales contra aerolíneas, autoridades portuarias y hasta el gobierno saudí, acusado de haber tolerado —o incluso apoyado— a algunos de los atacantes.
A más de dos décadas de los hechos, el dolor sigue presente. Para los sobrevivientes y familiares, la compensación nunca ha podido llenar el vacío dejado por las pérdidas.
El día después: un país transformado
Tras los ataques, Estados Unidos activó la “Guerra contra el Terror”, con operaciones militares en Afganistán en octubre de 2001 y en Irak en 2003. Al interior, se aprobó la Ley Patriota, que amplió los poderes de vigilancia del gobierno, y se creó el Departamento de Seguridad Nacional.
El 9/11 también transformó los aeropuertos y el transporte aéreo. La Administración de Seguridad en el Transporte (TSA) nació de esa urgencia por reforzar la seguridad. Lo que hoy parece rutinario —controles de líquidos, escáneres corporales, largas filas— tiene su origen en ese día de septiembre.
Una memoria viva
Cada año, en la Zona Cero, los nombres de las víctimas son leídos uno por uno frente a familiares y sobrevivientes. Dos enormes estanques con cascadas infinitas marcan el lugar donde se erguían las Torres Gemelas, rodeados por placas de bronce con los nombres de los caídos.
El 11 de septiembre no solo significó la pérdida de vidas, sino también la fractura de certezas. Marcó una línea divisoria entre un mundo que parecía estable y otro en el que el miedo, la seguridad y la geopolítica se entrelazaron para siempre.
“Ese día nos cambió para siempre”, dijo recientemente un bombero retirado que estuvo en el rescate de la Torre Norte. “Nunca volveremos a ser los mismos, pero lo que perdimos nos recuerda cada día lo que debemos proteger”.