
Redacción
Una luz tenue apareció en los registros del sistema ATLAS una madrugada de enero. No era un satélite, ni un asteroide común, ni uno de los miles de cometas que orbitan al Sol. Se movía demasiado rápido, con una trayectoria que no obedecía a las leyes del Sistema Solar. El objeto recibió el nombre 3I ATLAS y desde entonces ha desafiado todo lo que creíamos saber sobre el origen de los visitantes del espacio profundo.
Los astrónomos confirmaron semanas después que se trataba del tercer cuerpo interestelar jamás detectado. Provenía de fuera del Sistema Solar y cruzaba nuestro vecindario cósmico a más de 61 kilómetros por segundo, una velocidad atípica para los científicos. Su paso, aunque fugaz, se convirtió en una oportunidad única para observar de cerca un fragmento de otro sistema estelar, un trozo helado de materia que viaja por el vacío desde hace millones de años, según se cree.
El descubrimiento reavivó la fascinación que había comenzado en 2017, cuando el misterioso ʻOumuamua atravesó los cielos como una sombra veloz y más tarde en 2019 con el cometa Borisov. Ambos habían sido mensajeros de mundos desconocidos. Pero ATLAS llegó con una historia propia y un enigma que lo distingue. A diferencia de sus predecesores, mostraba una actividad gaseosa inusual, rica en monóxido de carbono, una sustancia que sólo puede conservarse en regiones extremadamente frías. Los astrónomos creen que se formó en un sistema binario, donde dos estrellas orbitan una alrededor de la otra y lanzan materiales al espacio interestelar.
Alan Fitzsimmons, astrónomo de la Queen’s University Belfast, lo describió como una cápsula del tiempo de otro mundo. Otros científicos, entre ellos Karen Meech del Instituto de Astronomía de la Universidad de Hawái, aseguran que cada uno de estos objetos es un mensajero del pasado, una pieza arrancada de sistemas que jamás podremos visitar. Los cometas como ATLAS podrían revelar cómo se formaron los planetas en otros rincones de la galaxia y si los elementos que dieron origen a la vida también vagan de estrella en estrella.
El estudio de ATLAS ha sido un desafío. Su brillo cambiante, su velocidad extrema y su distancia creciente dificultan la observación. Los telescopios terrestres apenas logran captar su tenue rastro antes de que se aleje hacia la oscuridad. Sin embargo, los datos recogidos muestran un cuerpo fragmentado, posiblemente desgarrado por la radiación solar. Esa desintegración parcial ha hecho que algunos astrónomos se refieran a él como un visitante que muere mientras lo observamos, un cometa que se deshace en polvo antes de regresar a las sombras interestelares.
El hallazgo coincide con una nueva era de exploración astronómica. La Agencia Espacial Europea prepara la misión Comet Interceptor, diseñada para esperar en órbita hasta que un nuevo visitante interestelar sea detectado. La NASA, por su parte, desarrolla modelos de inteligencia artificial que permitirán reconocer más rápidamente estos objetos entre miles de detecciones diarias. Lo que hace apenas una década parecía una casualidad irrepetible —ver pasar un cuerpo nacido en otro sistema solar—, ahora se considera parte de una realidad más amplia. Los astrónomos estiman que millones de fragmentos similares cruzan nuestro sistema cada año, invisibles, perdidos entre las sombras.
Sin embargo, más allá de los datos, la presencia de ATLAS despierta un sentimiento difícil de describir. No se trata únicamente de ciencia, sino de la intuición de estar presenciando algo antiguo y remoto. En los observatorios de Hawái, algunos investigadores han comparado su paso con el de un extraño visitante que se detiene apenas un instante para recordarnos que el universo está lleno de historias que no entendemos.
Nadie sabe de dónde viene exactamente 3I ATLAS ni hacia dónde se dirige. Los cálculos sugieren que su camino lo llevará fuera del alcance de cualquier telescopio antes de finalizar el año. No dejará rastro visible, solo registros digitales y una serie de preguntas. ¿Cuántos más cruzan el espacio sin ser vistos? ¿Podrían algunos contener moléculas de vida? ¿Somos los únicos en mirar hacia afuera con asombro?
La noche en que se confirmó su naturaleza interestelar, el astrónomo que lo detectó escribió en su cuaderno de observación una frase que luego se volvió viral entre los científicos. Decía que el universo nos envía visitantes que viajan durante milenios solo para pasar frente a nosotros por unos días. 3I ATLAS es uno de ellos, un cuerpo sin destino aparente, una piedra errante que deja tras de sí un mensaje que tal vez nunca podamos traducir.
Mientras se aleja hacia el frío infinito, su luz se apaga lentamente en los sensores de los telescopios. El silencio que deja recuerda que el universo no está vacío, sino lleno de presencias que cruzan fugazmente nuestro horizonte y desaparecen, como si vinieran a recordarnos lo poco que comprendemos y lo mucho que aún nos queda por descubrir.
Algunas publicaciones sugieren que 3I ATLAS es una nave espacial, algo que no se ha probado y mantiene a los que han seguido el suceso, al borde la de expectativa, solo el tiempo revelará la verdadera naturaleza del misterioso visitante.