Alaska se convierte en escenario de un nuevo pulso entre Washington y Moscú

Trump y Putin buscan llegar poner fin a la guerra en Ucrania.

Redacción

Bajo un cielo gris y temperaturas frescas, Donald Trump y Vladimir Putin se estrecharon la mano en una pista de la Fuerza Aérea estadounidense, inaugurando una cumbre que intentó mezclar cordialidad con diplomacia de alto voltaje. El encuentro, celebrado en Anchorage, Alaska, fue el primero en suelo estadounidense desde que ambos líderes retomaron contacto directo y se centró en un objetivo tan ambicioso como esquivo, frenar la guerra en Ucrania.

Aunque inicialmente planeada como una reunión privada, la cita se amplió para incluir a altos funcionarios de ambas partes. Del lado estadounidense estuvieron el secretario de Estado, Marco Rubio y el enviado especial Steve Witkoff; por Rusia asistieron el ministro de Exteriores, Sergey Lavrov y el asesor presidencial Yuri Ushakov. El formato buscó proyectar seriedad y dar espacio a discusiones más formales sobre un posible alto al fuego.

Trump se mostró pragmático al reconocer que las negociaciones podrían fracasar, estimando una probabilidad del 25 % de éxito. Sin embargo, insistió en que cualquier solución deberá contar con la participación de Volodímir Zelenskiy y no podrá imponerse sobre Ucrania sin su consentimiento. Putin, por su parte, reiteró sus demandas territoriales y sugirió que compensaciones políticas o económicas podrían formar parte de un eventual acuerdo.

La reacción en Europa fue inmediata. Varios líderes advirtieron que rechazarán cualquier pacto que implique concesiones territoriales sin Kiev en la mesa. Desde la capital ucraniana, Zelenskiy advirtió que todo acuerdo negociado a sus espaldas “está destinado al fracaso” y que su país no aceptará un cese al fuego que no incluya la retirada de tropas rusas.

Mientras tanto, Washington flexibilizó de manera puntual ciertas restricciones financieras para facilitar los desplazamientos y gastos de las delegaciones, sin modificar el régimen central de sanciones. El gesto subrayó la complejidad de un proceso en el que incluso los detalles logísticos están cargados de significado político.

El encuentro dejó imágenes de sonrisas y gestos amables, pero también la certeza de que las diferencias siguen siendo profundas. Para Alaska, fue una rara oportunidad de situarse en el epicentro de la política internacional. Para el resto del mundo, un recordatorio de que, incluso cuando se sientan en la misma mesa, las potencias rivales pueden salir tan distantes como entraron.

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