Cuando el arroz dejó de oler a Costa Rica

Los ticos disfrutaron de un rico arroz con pollo, un plato que olía a protesta.

Redacción

En el marco de la conmemoración del Día Nacional del Arroz (31 de octubre, coincidiendo con el Día Mundial del Arroz), el aroma familiar del arroz con pollo se esparcía por la Plaza de la Democracia desde temprano, envolviendo el aire con ese inconfundible olor a hogar y domingo. Pero el banquete de este miércoles no era una fiesta, era una protesta.

Frente a la Asamblea Legislativa, un grupo de productores arroceros colocó bandejas humeantes y comenzó a repartir 1.200 platos de uno de los platillos más emblemáticos de la cocina tica, preparado con arroz 100 % nacional. A cada porción le acompañaba un mensaje claro, “salvemos el arroz costarricense”.

Mientras los transeúntes —oficinistas, pensionados, escolares e incluso turistas curiososm entre otros— hacían fila bajo el sol, los agricultores relataban su preocupación, el arroz que da de comer a miles de familias rurales está en peligro.

Un plato de protesta

Los productores exigen la aprobación del proyecto de ley 24.211, que busca crear el Fondo de Competitividad Arrocera (Fonarroz). La iniciativa pretende otorgar recursos para modernizar y sostener la producción local, amenazada por la liberalización del mercado y la importación masiva de arroz extranjero a bajo costo.

“Ya hemos perdido más del 60 % -11 mil hectáreas- del área sembrada desde que se aplicó la Ruta del Arroz en 2022. Cada día cierran más fincas y muchos compañeros han tenido que dejar el campo”, explicó Luis Gerardo Corea, productor guanacasteco y líder del sector arrocero, mientras servía un plato a una mujer mayor que sonreía agradecida.

La política conocida como la Ruta del Arroz eliminó la fijación de precios y redujo los aranceles de importación. Según la Corporación Arrocera Nacional (CONARROZ), desde su implementación el número de agricultores ha caído un 47 % y se han perdido unos 9.000 empleos. Si no se aprueba el fondo, advierten, podrían desaparecer hasta 18.000 puestos más.

Una crisis que se cocina a fuego lento

El arroz, ese ingrediente omnipresente en las mesas costarricenses, se ha convertido en símbolo de la tensión entre la apertura económica y la supervivencia rural. Los agricultores afirman que el gobierno ha priorizado la importación barata sobre la producción nacional, sin ofrecer alternativas de apoyo.

“Dicen que la competencia es buena, pero ¿cómo competimos si allá afuera cultivan con subsidios y acá no tenemos ni para abonar?”, lamentó Corea.

Mientras los manifestantes repartían platillos, la Asamblea Legislativa seguía dividida. El proyecto cuenta con apoyo de varias bancadas, pero las mociones para darle prioridad han sido bloqueadas por el oficialismo, impidiendo su votación.

Una plaza, un país

En la plaza, la escena mezclaba lo cotidiano con lo político, cucharones chocando contra ollas, niños jugando entre adultos y los sonidos de un país que, entre bocados, debate su futuro alimentario.

Un grupo de turistas canadienses, norteamericanos y japoneses, atraídos por el bullicio, aceptaron el plato con curiosidad. “Delicioso”, dijo uno de ellos, sin saber que estaba participando, involuntariamente, en un acto de resistencia campesina.

Para los arroceros, el arroz con pollo fue ese día más que un alimento, fue una declaración de identidad. En cada grano hervía una historia de trabajo, tierra y orgullo nacional.

“Nosotros no queremos limosnas —dijo Luis Gerardo al despedirse—. Solo pedimos poder seguir sembrando el arroz que nos ha alimentado toda la vida”.

Desde el 2022, los arroceros costarricenses han visto esfumarse más de 60 mil toneladas de arroz en cáscara, el equivalente a 55 millones de kilos de grano que ya no se cultivan en los campos del país. Aun así, el grano ha seguido llegando a la mesa de los costarricenses, solo que traído desde el extranjero, llenando los platos, pero vaciando las esperanzas de los productores locales. Cada saco de arroz importado, dicen los agricultores, representa una cosecha que se perdió en Guanacaste, una parcela abandonada en Upala o un empleo que se perdió en Puntarenas.

Y así, mientras las últimas porciones se servían bajo el sol de mediodía, la plaza olía a algo más que comida. Olía a nostalgia, a dignidad y a una lucha que, como el arroz, se niega a pegarse al fondo.

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