
Redacción
El precio del café no ha dejado de subir en el último año y Costa Rica, como país productor, experimenta tanto los beneficios como los desafíos de este escenario. Detrás de cada saco exportado y de cada taza servida en el mercado local, se teje una red de causas que escapan a las fronteras nacionales pero impactan directamente en la economía cafetalera del país.
Las condiciones climáticas extremas que han afectado a los mayores exportadores del mundo, como Brasil y Vietnam, se sienten también en los suelos costarricenses. Las lluvias intensas del pasado noviembre comprometieron una parte importante de la producción nacional, lo que podría traducirse en una menor oferta disponible para los meses venideros. Esta disminución, sumada a la caída general de las cosechas en otras latitudes, ha estrechado la disponibilidad global del grano.
Al mismo tiempo, el café costarricense continúa ganando terreno en los mercados internacionales. En octubre de 2024, las exportaciones registraron un crecimiento notable, señal de que la calidad del grano nacional sigue atrayendo la atención de compradores en busca de productos diferenciados. En un contexto donde la demanda internacional no deja de crecer, particularmente en mercados no tradicionales como el chino, los productores locales encuentran oportunidades para colocar su café a mejores precios, especialmente en el segmento de especialidad, donde Costa Rica ha logrado consolidarse.
La cadena de suministro, sin embargo, no ha permanecido al margen de las tensiones. Las dificultades logísticas, los retrasos en rutas marítimas y los costos de exportación siguen siendo factores que inciden en el precio final del café tanto dentro como fuera del país. Aunque Costa Rica no se encuentra directamente involucrada en conflictos comerciales como el de Estados Unidos con Vietnam, las consecuencias de esas fricciones se sienten en la planificación de las exportaciones y en la estabilidad de los contratos de compra.
El cambio climático añade una capa más de complejidad al panorama. La disminución de áreas aptas para el cultivo, los cambios en los patrones de lluvia y temperatura y la necesidad de adaptar las prácticas agrícolas para mantener la calidad del grano exigen inversiones constantes. La sombra, por ejemplo, ha cobrado protagonismo como una técnica útil para moderar los efectos del calor extremo, preservar los suelos y conservar la biodiversidad en las fincas. Estas prácticas, aunque más sostenibles, suponen mayores esfuerzos de mantenimiento y manejo agronómico.
Para el consumidor costarricense, el impacto se percibe en el bolsillo. Con un café cada vez más cotizado en el exterior, parte de la producción se dirige prioritariamente a la exportación, dejando al mercado interno expuesto a incrementos en los precios. Aun así, el arraigo cultural del café y las políticas de apoyo al sector podrían amortiguar parte de ese impacto en el corto plazo.
El país, además, enfrenta el desafío de mantenerse competitivo frente a otras regiones productoras que buscan aprovechar el alza de precios para aumentar su participación en el mercado global. Esto requiere no solo mejorar la eficiencia y la sostenibilidad del proceso productivo, sino también consolidar los vínculos con los compradores internacionales que valoran atributos como el origen, la trazabilidad y las prácticas responsables.
Mientras los precios alcanzan niveles no vistos en décadas y los intermediarios de la cadena agregan valor a cada etapa del proceso, Costa Rica se encuentra en una coyuntura crítica. El prestigio del grano nacional le otorga una ventaja frente a otros orígenes, pero las condiciones climáticas y el contexto global exigen respuestas ágiles y coordinadas para mantener esa posición y garantizar que los beneficios se repartan equitativamente a lo largo de toda la cadena, desde el cafetal hasta la taza.