
Redacción
Guanacaste y Puntarenas, los dos principales polos costeros de Costa Rica, transitan este 2025 entre la atracción constante de visitantes y los desafíos que impone un contexto económico marcado por la apreciación del colón frente al dólar. Pese a que la belleza natural de ambas provincias continúa siendo un fuerte imán para el turismo internacional, el entorno cambiario ha encendido alertas entre operadores, hoteleros y pequeños empresarios que dependen directamente de esa actividad.
En el caso de Guanacaste, la tradicional fuerza del sol y la diversidad de sus playas mantienen el interés de turistas norteamericanos, particularmente en puntos como Tamarindo, Nosara o Playas del Coco. No obstante, esa afluencia no se ha traducido en mayor rentabilidad para los negocios. Las cifras han comenzado a reflejar una caída en el poder adquisitivo del visitante extranjero, afectado por un dólar que se ha mantenido por debajo de los ₡505 durante buena parte del año.
“El problema no es la falta de turistas, sino lo que gastan. Con el dólar tan bajo, cada cliente deja menos colones, pero nuestros gastos siguen igual o más altos”, señala Laura Gutiérrez, quien administra un hotel boutique en Playa Hermosa. Las estructuras de costos, muchas de ellas ajustadas a precios locales, han comenzado a presionar los márgenes de ganancia, sobre todo en emprendimientos pequeños y medianos.
En Puntarenas, la situación no es distinta. Comunidades como Monteverde, Manuel Antonio o Santa Teresa han mantenido su flujo turístico, pero los ajustes se han hecho necesarios. Algunos negocios han reformulado sus paquetes, otros han reducido planillas durante la temporada baja y varios han optado por dirigir su oferta al turismo regional en un intento por compensar la caída en el ingreso por visitante extranjero.
Una apertura reciente ha despertado cierto optimismo en esta provincia, el Aeropuerto Internacional de Cóbano. La nueva terminal ha permitido mejorar significativamente el acceso a la Península de Nicoya y ha facilitado la llegada de nuevas aerolíneas. Con ello, los operadores locales esperan un repunte en la segunda mitad del año.
Mientras tanto, el ecoturismo y las experiencias comunitarias han empezado a posicionarse con mayor fuerza. Ante un turista que busca opciones diferenciadas, los negocios que incorporan prácticas sostenibles y ofrecen vivencias locales encuentran una oportunidad para destacar en medio de un mercado cada vez más competitivo.
A nivel nacional, el impacto del tipo de cambio no ha pasado desapercibido. La Cámara Nacional de Turismo (Canatur) ha advertido que más del 70% de las empresas del sector reportaron caídas en sus ingresos durante la última temporada baja. La afectación ha sido particularmente aguda en zonas donde el turismo internacional representa la mayoría de las visitas, como ocurre en amplios sectores de Guanacaste y Puntarenas.
En ese contexto, diversas iniciativas han surgido como respuesta. La diversificación de mercados, el fortalecimiento del turismo interno y una estrategia de promoción más enfocada en segmentos específicos son parte de los caminos que han comenzado a trazarse. Eventos como Expotur 2025 han contribuido a estos esfuerzos, generando divisas y vínculos con compradores extranjeros que mantienen activa la rueda del negocio.
La apuesta por destinos menos saturados también ha ganado espacio, así como los esfuerzos por ampliar la conectividad aérea y terrestre. Desde el gobierno, no se ha planteado una intervención directa en el mercado cambiario, aunque sí se ha llamado al sector a modernizar sus propuestas y redefinir sus estrategias frente a un escenario que, por ahora, no muestra señales de cambio en la paridad del colón y el dólar.
Lo vivido este año ha sido una prueba más para la industria turística de las costas costarricenses. Guanacaste y Puntarenas han enfrentado sequías, pandemia y retos logísticos; ahora, enfrentan uno financiero. La resiliencia vuelve a ser clave en el camino para sostener su posición como vitrinas naturales del país ante el mundo.
Aunque las olas siguen rompiendo en las playas y la naturaleza conserva su esplendor, el desafío actual se juega en cifras. Una ecuación donde la belleza ya no es suficiente y donde el verdadero valor del turismo se calcula, cada vez más, en la capacidad de adaptarse.
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