El último amanecer del Papa Francisco

El Papa Francisco lideró a la Iglesia Católica por más de 12 años.

Redacción

En la penumbra serena del Vaticano, cuando aún no despuntaba el sol sobre la Ciudad Eterna, el Papa Francisco enfrentó en silencio su último amanecer. A las 5:30 de la mañana del lunes 21 de abril, el enfermero que lo había acompañado fielmente durante años, Massimiliano Strappetti, notó algo fuera de lo habitual. El cuerpo que tantas veces desafió las dolencias parecía rendirse. Sin esperar, llamó a quién estaría en las últimas horas del pontífice argentino.

El doctor Sergio Alfieri, quien estuvo a cargo de la salud del Papa desde su prolongado tratamiento por una neumonía bilateral en el hospital Gemelli, se encontraba nuevamente camino al Vaticano. Esta vez, no para ajustar un tratamiento o monitorear una recuperación, sino para enfrentar una despedida. Según relató al periódico italiano Corriere della Sera, al llegar al apartamento papal se encontró con una escena que no dejaba lugar a dudas. Francisco tenía los ojos abiertos, respiraba con normalidad, pero no respondía.

Ni a la voz, ni al dolor. Silencioso, inmóvil, presente pero ausente. Alfieri comprendió que el líder de la Iglesia Católica estaba en coma. El diagnóstico fue un derrame cerebral. No hubo traslado al hospital. Francisco, que tantas veces expresó su deseo de morir en casa, permaneció en el Vaticano hasta el final.

Durante dos horas, el silencio reinó en el pequeño mundo del pontífice. En ese lapso, se sumaron al cuarto quienes lo acompañaron en sus últimos años, incluido el cardenal Pietro Parolin, quien rezó el rosario sobre el cuerpo. No hubo discursos, ni tumulto, ni protocolo. Solo un momento íntimo de oración, respeto y recogimiento, en el corazón del Estado más pequeño del mundo.

Según testimonios citados por Vatican News, Francisco llegó a hacer un gesto final hacia su enfermero, un adiós sencillo que fue interpretado por quienes lo presenciaron como una señal de paz. No hubo signos de sufrimiento, según quienes estuvieron a su lado. Para quienes lo cuidaron durante su larga enfermedad, esa calma fue un consuelo. La despedida llegó sin estridencias, como una brisa que se va sin perturbar el ambiente.

El Papa Francisco, que durante más de una década condujo a la Iglesia con un estilo directo y reformista, con gestos de cercanía hacia los más vulnerables y con una insistente crítica a la indiferencia y al poder sin compasión, se despidió del mundo como había vivido sus últimos años, lejos del centro del espectáculo y cerca de los que lo rodeaban cada día.

El gesto final del doctor Alfieri —una caricia sobre el rostro del pontífice— puso fin a una jornada sin precedentes en la historia reciente del Vaticano. No hubo alarmas públicas ni comunicados urgentes. El Vaticano custodió ese momento con la sobriedad de quien entiende que la muerte de un Papa no siempre ocurre entre multitudes o en un hospital, sino a veces entre sus paredes más silenciosas, cuando solo quedan la fe, el cuidado y el afecto.

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